Por Juan Pablo Proal
Nos quejamos de cómo sufrimos el aislamiento, pero ya estábamos aislados desde antes.
Salir a restaurantes, al cine, a un antro o al centro comercial es solo ver gente, consumir, ser parte de la dinámica mercantil; pero no hay conexión alguna en ver aparadores, comida o pantallas.
Ya estábamos aislados. Le importamos a muy pocos. Todos estamos muy ocupados, explotándonos para pagar las cuentas, ganar un lugar en el mundo, y poder comprar algún “lujo” novedoso que nos ofrezca el mercado.
Nadie tiene tiempo para nosotros. E incluso cuando logramos ver a alguien, no nos escucha ni nos atiende, solo estamos frente a un ente autómata que se trasladó a otro lugar para tenernos en frente.
Ya estábamos aislados. Nadie quiso hacer la revolución con nosotros. Ni investigar nuestros viajes. Ni caminar trayectos juntos. Ni construir sueños colectivos. Ni zambullirse en nuestra complejidad. Ni tendernos la mano sin que existiese un interés de por medio.
Ya estábamos aislados. No culpemos a la pandemia.