Por Juan Pablo Proal
¿Y cuándo se desata la revolución social? ¿Qué más hace falta para sacudirnos la conciencia y rebelarnos? No somos dueños de nuestras fuentes de ingresos. Ni de la tierra. O el agua. Ni siquiera de las redes sociales donde publicamos cotidianamente. No tenemos seguridad. Ni educación gratuita. Ni jubilación. Trabajamos como en las peores etapas históricas de la esclavitud. ¿Cuándo inicia la revolución?
Estoy seguro de que muchos de los inconformistas o personas con un mínimo de responsabilidad o interés social nos hemos preguntado lo mismo una y otra vez. E incluso hemos intentado algún tipo de esfuerzo por tratar de encender esa chispa: Asistir a alguna marcha, ver y recomendar documentales críticos, ser parte de algún colectivo, o firmar virtualmente para respaldar cierta causa. Los más moderados, votando por alguna opción política que consideran representará un cambio verdadero.
En algunas ocasiones, en algún rincón del país o del mundo las cosas parece que se empiezan a salir de control. Alguna protesta enciende con vehemencia los ánimos sociales y creemos que por fin se desatará una revuelta que cimbre al sistema. Pero vemos con desánimo que días o semanas después todo se apaga, detienen a algunos de los líderes y las cosas regresan a la triste normalidad.
Y entonces vemos a las personas con más recursos -de todo tipo- compartiendo fotografías en traje de baño en sus redes sociales. O publicando frases de autoayuda o dedicando su tiempo a un podcast de superación personal. En la guerra narcisista por los likes, en la trayectoria por convertirse en un influencer, explotándose cada minuto del día por lograr el cuerpo perfecto, pagar el próximo viaje a República Checa, o comprar el BMW que soñaron en su adolescencia.
Por eso no hay revolución posible. Por nuestro ego, por nuestro narcicismo, porque no superamos nuestras heridas de la infancia. Por nuestro individualismo. Por nuestra imbecilidad.
El mundo arde, los pozos se secan, los animales se extinguen. Y nos conformamos con difundir la publicación de un perrito en adopción para calmar nuestra conciencia y que nos vean como sensibles y responsables. Pero eso no cambiará nada. Solo lo perpetua.
Necesitamos echar a los políticos. A todos. Necesitamos dejar de trabajar como esclavos. Necesitamos ayuda mutua. Vivir en solidaridad. Cosechar lo que nos llevamos a la boca. Dedicarnos al ocio, a los sueños, al arte, a la ciencia, al espíritu. Mandar al carajo el sueño de “ser alguien” y destacar de entre los demás. Saber que todos somos uno, que todo está conectado, que si te contagias tú me contagio yo. Que si se muere ese árbol, me muero yo. Que si se derriten los polos, nos inundamos todos.