POR JUAN PABLO PROAL
Detesto a los políticos.
Detesto que se casen en París. O en grandes jardines con invitados igualmente hediondos.
Detesto que se comporten como vendedores de infomerciales noventeros.
Detesto que quieran parecer buenas personas.
Detesto su oficio: la traición.
Detesto que no toleren la crítica y sean los principales enemigos de la libertad de expresión.
Detesto su amiguismo.
Detesto sus lujosas camionetas.
Detesto que su principal motor sea tener poder sobre sus semejantes.
Detesto que sigamos creyendo en ellos.
Detesto cómo tratan a sus colaboradores.
Detesto que quieran pasar a la historia.
Detesto su codicia.
Detesto su megalomanía.
Detesto cuando parecen carismáticos.
Detesto su ridiculez.
Detesto que en sus manos estén decisiones de vital importancia para la sociedad.
Detesto que asciendan en su carrera por su habilidad de intriga.
Detesto que desde su juventud eran el típico jefe de grupo competitivo y peinado con kilos de gel.
Detesto que todo lo quieran resolver en largas e infértiles reuniones.
Detesto que parasiten de mis impuestos.
Detesto que presuman sus reuniones rimbombantes.
Detesto sus mansiones mal habidas.
Detesto que publiquen fotos entregándole miserias a personas de escasos recursos.
Detesto que siempre que la cagan -lo cual es muy seguido- culpen a sus adversarios.
Detesto su paupérrima productividad.
Detesto su doble vida.
Detesto sus campañas con jingles inspiradas en canciones baratas pasadas de moda.
Detesto los partidos donde militan.
Detesto que se crean más importantes que quienes no son políticos.
Detesto que nos “gobiernen”.
Detesto que cuando les pasa una tragedia a ellos o sus familiares, las autoridades -sus compadres- siempre les ayuden de manera inmediata.
Detesto sus tediosas e inútiles giras.
Detesto sus discursos llenos de lugares comunes y carentes de alma.
Detesto su incompetencia.
Detesto que se sientan interesantes por dar entrevistas bobas.
Detesto que siempre llegan tarde a todas las modas sociales en turno.
Detesto sus formas “correctas”.
Detesto que todo su trabajo lo hagan sus empleados y ellos sólo pongan su jeta para la foto.
Detesto su tacañería.
Detesto sus peinados de dos horas.
Detesto que ataquen a sus adversarios cuando en realidad son habitantes del mismo chiquero.
Detesto que permitamos que sigan existiendo.
Detesto a los políticos.